
miARLY EL 9 DE SEPTIEMBRE La policía de Bogotá, capital de Colombia, arrestó a Javier Ordóñez, taxista y padre de dos hijos, por beber alcohol en la calle. Un video que se volvió viral muestra a dos oficiales inmovilizándolo. Uno presionó su rodilla contra la espalda del Sr. Ordóñez y golpeó sus caderas. Los agentes detuvieron el rodaje, pero los testigos dicen que el señor Ordóñez estaba inconsciente cuando lo llevaron a la comisaría más cercana. Murió horas después.
En las protestas que siguieron, personas en Bogotá y otras ciudades quemaron autobuses y estaciones de policía. La policía hizo disparos y gases lacrimógenos y golpeó a los transeúntes; los manifestantes arrojaron piedras. Cuando se calmó el tumulto, 13 personas habían muerto y cientos de policías y manifestantes habían resultado heridos. Colombia nunca antes había visto una muestra de rabia contra la policía, dice David Gómez, analista de seguridad.
Las protestas se hacen eco de las que siguieron al asesinato a manos de la policía en Minneapolis en mayo de George Floyd, un hombre negro. Pero la fuerza policial contra la que apuntan es muy diferente. Estados Unidos tiene cerca de 18.000 fuerzas policiales, la mayoría bajo control local. Colombia, con una sexta parte de la población de Estados Unidos, tiene solo una. Es la única democracia en la que toda la policía está controlada por el Ministerio de Defensa. Sus deberes van desde pilotar helicópteros Black Hawk hasta buscar arbustos de coca en la jungla y tomar medidas enérgicas contra la bebida en público. Visten de verde militar, están agrupados en filas militares y, a menudo, portan rifles, ya sea que patrullen las calles de la ciudad o áreas rurales remotas. Mientras la policía siga siendo parte del Ministerio de Defensa, no se puede reformar, dice un general de policía retirado.
Esta combinación de soldados y policías comenzó en la década de 1950. Ante la violencia política, en la que los alcaldes utilizaron fuerzas policiales contra sus enemigos, el entonces presidente Gustavo Rojas Pinilla, ex general del ejército, puso al Ministerio de Defensa a cargo de la policía. Su estatus paramilitar tuvo algún sentido durante la guerra de Colombia contra los FARC, un grupo guerrillero marxista, que comenzó en 1964, y su lucha contra capos de la droga como Pablo Escobar. Bajo el Plan Colombia, Estados Unidos le dio al gobierno miles de millones de dólares durante 30 años para combatir el narcotráfico, gran parte del cual fue a parar a la policía. Hoy la fuerza es de 159.000 efectivos, más del doble de lo que era en la década de 1990.
Las amenazas que justificaban vestirlo de verde militar han disminuido, pero no han desaparecido. Escobar fue asesinado en 1993. El FARC depusieron las armas en 2017. Las amenazas de hoy incluyen bandas de narcotraficantes más pequeñas que tienen las estructuras de mando de los grupos guerrilleros pero no sus ideologías. Éstas incluyen FARC guerrilleros que se negaron a desarmarse y el Clan del Golfo, que está integrado por paramilitares de derecha desmovilizados. Este año, en toda Colombia, grupos ilegales han asesinado a más de 100 líderes comunitarios por afrentas como presionar por la restitución de tierras a los campesinos. Llevaron a cabo 15 masacres solo en agosto, principalmente de personas de las que sospechaban simpatizar con rivales. En partes del departamento norteño de Córdoba, los grupos armados exigen pagos mensuales a las empresas. Ellos, no la policía, han impuesto reglas de bloqueo y han multado a quienes las infringen.
Las ciudades colombianas, donde viven las cuatro quintas partes de la población, tienen el tipo de delincuencia que afecta a otras en América Latina. Tres ciudades se encuentran entre las 50 con las tasas de homicidios más altas del mundo. Las bandas de narcotraficantes del “microtráfico” dominan los barrios pobres y se benefician de otros delitos, como la prostitución. Los robos denunciados, desde hurtos hasta atracos, se han quintuplicado en la última década. Los informes de violencia doméstica han aumentado al menos un 165% durante la pandemia. La violación registrada de mujeres y niños es la más alta jamás registrada. Más de cuatro quintas partes de bogotanos sentirse inseguro, según las encuestas.
La policía de Colombia no hace que la gente se sienta más segura. Por su historia, la policía pone más énfasis en las actividades militares que en la seguridad ciudadana, dice Santiago Tobón, investigador de la Universidad EAFIT de Medellín. Prevenir el crimen “no es tan sexy”, dice Andrés Villamizar, quien hasta 2019 fue jefe de seguridad en Cali, una vez sede del “cartel de Cali”, ahora un semillero del tráfico de drogas y alcohol de contrabando a pequeña escala. Tiene la tasa de homicidios más alta de Colombia y ocupa el puesto 26 en el mundo.
La vigilancia urbana se basa en “cuadrantes”, zonas de patrullaje designadas que varían en tamaño dependiendo de la proliferación del crimen en el área. Se supone que un equipo de dos oficiales debe estar patrullando en cada cuadrante en todo momento. Pero hay muy pocos policías para cumplir ese objetivo, dice Alberto Sánchez, analista de seguridad en Bogotá. Un equipo patrulla tres o cuatro cuadrantes, a menudo trabajando horas extras. Los oficiales están exhaustos. Ésa es una de las razones de la lentitud en las respuestas a los informes de delitos y el alto número de robos en la ciudad, dice Sánchez. La policía hace un mal trabajo investigando, presentando cargos en solo una cuarta parte de los casos de asesinato. En Europa, la tasa es de cuatro quintos.
El problema puede empeorar. En 2018, un tribunal dictaminó que muchos oficiales podrían retirarse después de 20 años de servicio en lugar de 25. Desde entonces, 10,000 han dejado la fuerza; Pronto podrían seguir 15.000. El Ministerio de Defensa dice que planea reclutar 8.500 oficiales al año.
El abuso por parte de la policía está muy extendido. Las encuestas sugieren que la mayoría de las víctimas no lo denuncian. No obstante, de enero a agosto la alcaldía de Bogotá recibió 137 denuncias por uso excesivo de la fuerza, muchas de trabajadores de la calle y gays. Se supone que la oficina del inspector de policía los investiga, pero no es independiente y depende del director de la policía nacional.
Los asesinatos como el de Ordóñez son relativamente raros. El año pasado, la policía mató a 90 personas, según el Instituto Nacional de Medicina Legal. Probablemente sea una subestimación. La policía brasileña mató a más de 5.800 en 2019. Pero la muerte de Ordóñez ha convertido la reforma policial en un gran problema. La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ha pedido que se transfiera la fuerza al control civil y que los policías descarriados sean juzgados en tribunales ordinarios en lugar de tribunales militares.
Estos cambios podrían ayudar no solo a cambiar la mentalidad de la policía, sino también a aumentar su financiación. Actualmente, compiten por recursos con el ejército, que tiene más poder en el Ministerio de Defensa. La policía recibe el 27% del presupuesto del ministerio, sobre lo que hicieron en el momento álgido de la guerra con el FARC. El ministerio compra equipo para las fuerzas armadas, pero lo deja en manos de gobernadores y alcaldes, la mayoría de los cuales tienen poco dinero de sobra, para equipar a la policía.
Los oficiales de policía ganan los mismos salarios bajos que los soldados, lo que desalienta a las personas educadas a unirse a la fuerza. Casi una décima parte de los policías son reclutas. El sistema de rangos militares fomenta la obediencia más que el pensamiento independiente, cree Liliana Mesías, un consultor de seguridad.
Después de que Colombia terminó su guerra con el FARC, los reformistas esperaban que la policía se convirtiera en una policía convencional, separada del ministerio de defensa. Juan Manuel Santos, el presidente que firmó el acuerdo de paz, creó una comisión para proponer reformas, pero luego perdió el interés.
El actual presidente, Iván Duque, es hostil. Sus partidarios conservadores ven la reforma policial como un ataque a las fuerzas de seguridad, que históricamente han defendido. Mientras se disculpaba por la muerte de Ordóñez, el ministro de Defensa culpó a la guerrilla del incendio de las comisarías.
Algunos defensores del status quo dicen que todavía se necesita una fuerza policial militarizada para lidiar con milicias como el Clan del Golfo. Eso tiene sentido, pero no justifica los uniformes verdes en las calles de la ciudad. El crimen ha cambiado desde que Colombia terminó su guerra con el FARC y gente como Escobar. La tragedia del señor Ordóñez sugiere que es hora de que la policía cambie también.■
Nota del editor (22 de septiembre de 2020): Desde la primera publicación de este artículo hemos aclarado un comentario atribuido a Santiago Tobón de la Universidad EAFIT.
Este artículo apareció en la sección de las Américas de la edición impresa con el título “Lucha contra el crimen, no la guerra”.
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